Hoy quiero presentarles la saga de JOE HILL en formato pdf espero os guste y si es así por favor participa con un comentario al final de esté posts 👍
CUERNOS = JOE HILL
Capítulo 1
Ignatius Martin Perrish pasó la noche
borracho y haciendo cosas terribles.
A la mañana siguiente se despertó con
dolor de cabeza, se llevó las manos a
las sienes y palpó algo extraño: dos
protuberancias huesudas y de punta
afilada. Se encontraba tan mal —débil y
con los ojos llorosos— que al principio
no le dio mayor importancia, tenía
demasiada resaca como para pensar en
ello o preocuparse.
Pero mientras se tambaleaba junto al
retrete se miró al espejo situado sobre el
lavabo y vio que por la noche le habían salido cuernos. Dio un respingo,
sorprendido, y, por segunda vez en doce
horas, se meó en los pies.
FUEGO = JOE HILL
Nadie sabe dónde y cuándo se originó, pero una plaga se ha extendido por
todas partes. Los médicos la llaman «Trichophyton draco incendia»; los
demás, escama de dragón, una espora que marca la piel de los contagiados
con manchas negras y doradas antes de hacerles estallar en llamas. Y no
hay antídoto.
La enfermera Harper Grayson está embarazada y ha visto a centenares de
pacientes arder… o los veía antes de que el hospital se incendiara. Ahora
sólo puede fijarse en las marcas que han empezado a recorrerle la piel.
Mientras todo a su alrededor se ve envuelto en el caos por la enfermedad y
los grupos que pretenden exterminar a los contagiados, Harper coincide con
un misterioso desconocido que deambula entre los escombros con
indumentaria de bombero y las marcas de la espora. Sin embargo, no arde.
Es como si hubiera aprendido a usar el fuego a modo de escudo para las
víctimas… y de arma contra los verdugos.
EN LA HIERBA ALTA = JOE HILL
Cal y Becky DeMuth son dos
hermanos que mantienen una
relación casi telepática, pues sus
vidas han montado en el mismo
tándem desde su nacimiento.
Cuando Becky se queda
embarazada, decide marcharse a
San Diego a casa de sus tíos hasta
que nazca el bebé. La unión entre
los hermanos es tan fuerte que Cal
deja sus estudios para acompañarla
y cruzar con ella el país en coche.
Incluso planean juntos el futuro del
niño.
Pero la casualidad intercede en el transcurso del viaje. Al mediodía
realizan un alto en el camino junto a
un campo de hierba altísima: Cal
apaga la radio para tener un
momento de calma, y Becky abre
las ventanillas, sofocada por el
calor. De haber sido de otra
manera, nunca habrían oído la voz
de auxilio de aquel niño atrapado en
la espesura.
Deciden adentrarse en el campo y
tomar sendas distintas para
encontrar al niño cuanto antes. Por
primera vez en su vida, los
hermanos quedarán separados,
aunque sea tan solo por unos metros de hierba. Sin embargo,
nunca habían estado tan lejos.
EL TRAJE DEL MUERTO = JOE HILL
Capítulo 1
Jude tenía una colección privada.
Había enmarcado dibujos de los
siete enanitos y los había colocado en la
pared del estudio, mezclados con sus
discos de platino. Eran obra de John
Wayne Gacy, que los había hecho
mientras estaba en la cárcel y se los
había mandado. A Gacy le gustaba la
época dorada de Disney casi tanto como
abusar sexualmente de niños pequeños,
y más o menos lo mismo que los discos
de su cantante favorito, Jude.
Jude guardaba el cráneo de un campesino al que le habían hecho una
trepanación en el siglo XVI para
liberarlo de los demonios, y en el
agujero del centro de la calavera había
colocado su colección de plumas
estilográficas.
Tenía también una confesión de una
bruja de hacía trescientos años. «Yo
hablé con un perro negro que dijo que
iba a envenenar mis vacas y que haría
que mis caballos enloquecieran y mis
hijos enfermaran si no le entregaba mi
alma. Le dije que sí, y después de eso le
di de mamar de mi pecho».
La quemaron en la hoguera.
Conservaba, además, un lazo, rígido y gastado, que se había utilizado para
ahorcar a un hombre en Inglaterra a
principios de siglo; el tablero de ajedrez
con el que jugaba Aleister Crowley
cuando era niño, y una película
pornográfica en la que alguien era
realmente asesinado durante el acto
sexual.
TIEMPO EXTRAÑO = JOE HILL
Shelly Beukes se encontraba al pie del camino y miraba hacia nuestro
bungaló de arenisca rosa con los ojos entornados, como si nunca an-
tes lo hubiera visto. Llevaba una gabardina digna de Humphrey Bo-
gart y un enorme bolso de tela con estampado de piñas y flores
tropicales. Cabría pensar que estaba de camino al supermercado de
haber tenido un supermercado al que se llegase a pie, pero no lo ha-
bía. Hasta el segundo vistazo no me percaté de lo que no encajaba en
la imagen: se le había olvidado calzarse y sus pies estaban asquerosos,
casi negros de porquería.
Yo pasaba el rato en mi garaje, dedicado a mi ciencia, que era
como mi padre llamaba a lo que hacía cada vez que decidía destro-
zar una aspiradora o un mando a distancia a los que no les pasaba
nada. Rompía más que fabricaba, aunque había conseguido conec-
tar un joystick de Atari a una radio para poder saltar de una emiso-
ra a otra al darle al botón de disparo, un truco en esencia estúpido
que, a pesar de ello, impresionó a los jueces de la feria de las cien-
cias de octavo, donde me concedieron el primer premio por mi
creatividad.
La mañana que Shelly apareció al pie del camino, yo estaba tra-
bajando en mi pistola de fiesta. Parecía una pistola de rayos letales
sacada de una novela de ciencia ficción pulp, un gran cuerno de la-
tón abollado con la culata y el gatillo de una Luger (en realidad había soldado una trompeta y una pistola de juguete para crear el arma-
zón). Sin embargo, cuando apretabas el gatillo sonaba una sirena, se
encendían unas bombillas de flash, y escupía una tormenta de con-
feti y serpentinas. Mi idea era que, si salía bien, mi padre y yo se la
ofreciéramos a los fabricantes de juguetes o quizá le vendiéramos la idea
a una cadena de artículos de fiesta del estilo de Spencer Gifts. Como
casi todos los ingenieros en ciernes, perfeccionaba mi arte con una
serie de artículos de broma pueriles. No hay ni un solo tío en Google
que no haya al menos fantaseado con diseñar unas gafas de rayos x
para ver a través de las faldas de las chicas.
Apuntaba con el cañón de la pistola de fiesta a la calle cuando vi
a Shelly, justo allí, en mi punto de mira. Dejé mi trabuco de pega y
entorné los ojos para observarla. La veía, pero ella a mí no. Para She-
lly, mirar hacia el garaje habría sido como contemplar la impenetrable oscuridad de la entrada al pozo de una mina.
N0S4A2 = JOE HILL
Prisión federal de Englewood, Colorado
LA ENFERMERA THORNTON SE PASÓ
POR EL PABELLÓN de los enfermos de
larga estancia un poco antes de las ocho
con una bolsa de sangre caliente para
Charlie Manx.
Iba con el piloto automático puesto,
con la cabeza en otra parte y no en su
trabajo. Por fin se había decidido a
comprarle a su hijo, Josiah, la Nintendo
DS que quería, y estaba calculando si le
daría tiempo a ir a Toys “R” Us cuando terminara el turno, antes de que cerraran.
Llevaba semanas resistiéndose al
impulso por razones filosóficas. En
realidad le daba igual que todos los
amigos de su hijo tuvieran una Nintendo.
No le gustaban esas consolas portátiles
para videojuegos que pueden llevarse a
cualquier parte. A Ellen Thornton le
disgustaba cómo los niños desparecían
detrás de la brillante pantalla,
renunciando al mundo real por una
región imaginaria donde la diversión
sustituía al pensamiento e inventar
nuevas y creativas formas de matar
constituía todo un arte. Había soñado
con tener un niño al que le encantaran los libros, jugar al Scrabble y que
quisiera hacer con ella excursiones con
raquetas de nieve. Qué ilusa.
Ellen había resistido todo lo que
había podido hasta que, la tarde anterior,
se había encontrado a Josiah sentado en
su cama y jugando con una cartera vieja
como si fuera una Nintendo DS. Había
recortado una imagen de Donkey Kong y
la había metido dentro de la solapa de
plástico transparente para las
fotografías. Pulsaba botones imaginarios
e imitaba ruidos de explosiones, y le
había dolido un poco verle simular que
ya tenía algo que estaba seguro de
recibir en el Gran Día. Ellen era muy libre de tener sus teorías sobre lo que
era saludable o no para los niños, pero
eso no quería decir que Papá Noel las
compartiera.
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