El águila y el caballo
Con las alas desplegadas se le mira como una planeadora que se desplaza en
círculos. Su vista es veloz, aguda, capaz de enfocar dos puntos al mismo
tiempo, uno con visión binocular y otro de manera monocular, con lo que
triangula su objetivo con precisión milimétrica y cálculo perfecto de posición
y distancia. Una vez que fija a la presa, esos dos metros de plumaje y férreo
esqueleto son capaces de bajar a la celeridad de 200 kilómetros por hora en
picada para cazarla con pico y garras bien afiladas, y cargarla aun cuando ésta
tenga hasta cuatro veces su propio peso.
El águila es un animal majestuoso, símbolo de la identidad mexicana
desde el mito de la fundación de la antigua Tenochtitlán, donde los
provenientes de Aztlán, guiados por el dios Huitzilopochtli, habrían de
asentarse en el mismo entorno donde hallaran, devorando una serpiente, a un
águila posada sobre un nopal, la simbiosis del cielo y la tierra.
Quizá sabedor del arraigado mito entre los mexicanos, que los llevó
incluso a plasmar esta imagen como escudo en la bandera desde el México
independiente, el británico Weetman Pearson, lord Cowdray (su título era por
el nombre de una de las propiedades —Cow-dray House— que poseía en
Sussex), heredero de la S. Pearson & Son Limited, usó tal denominación para
la empresa petrolera que creóen México en 1908, la Compañía de Petróleo El
Águila, registrada un año después con la adición de “Mexicana”, aunque de
tal sólo tenía el nombre.
Pearson, el contratista favorito del régimen de su amigo, el general Porfirio Díaz —presidente de México durante más de siete periodos, 30 años
—, tenía negocios y proyectos de ingeniería y construcción por todo el
mundo, lo mismo en el egipcio puerto de Alejandría, estratégico para el delta
del Nilo, los muelles en Halifax, en la Nueva Escocia canadiense, la
construcción de un túnel bajo el río Hudson, en Nueva York, o el importante
puerto de Dover, en Inglaterra.
Pero sin duda fue en México, ese que los europeos llamaban “el cuerno de
la abundancia”, donde obtuvo varios de los proyectos que le serían más
redituables: en 1889, precedido por su fama de gran constructor, Porfirio
Díaz lo había invitado a tender un ferrocarril, el Nacional del istmo de
Tehuantepec, para unir al golfo de México con el océano Pacífico, y luego le
asignaría el desarrollo del gran canal de desagüe del Valle de México, entre
otras muchas obras, incluidos trabajos de construcción en el sector eléctrico y
minas. Y después, el que sería su gran negocio: la concesión de extensas
tierras para explotar la industria petrolera, el tesoro mexicano.
Los privilegios que en ese régimen tuvo fueron tales que se decía que él
solo había sacado más recursos de México que los hombres de Hernán
Cortés. Se cuenta que incidentalmente, en uno de sus viajes camino a
México, Pearson perdió la conexión con el ferrocarril que debía abordar en
Laredo, Texas, y tuvo que pasar la noche en esta ciudad; la fronteriza zona
vivía la efervescencia del descubrimiento del sureño campo petrolero
Spindletop, hallado en un área conocida por sus manantiales de azufre y
gases que borboteaban. Spindletop fue el primer yacimiento hallado en la
costa estadounidense del Golfo, y que detonaría el auge petrolero en Estados
Unidos.
Pearson vislumbró la oportunidad de incursionar en la búsqueda del
oro negro en esas áreas, cercanas a zonas lacustres con probadas reservas de
petróleo, pero del lado mexicano, naturalmente, apoyado por su amigo, el
presidente Díaz.
Los estadounidenses representaban su principal competencia, los socios
del magnate Rockefeller trabajaban ya en México, pero gracias a su amistad
con los Díaz él les ganaría el paso e iría siempre por delante con movimientos
planeados como estrategia de ajedrez: por ejemplo, había sentado en el
consejo de administración de El Águila a Deodato Lucas Porfirio Díaz
Ortega, hijo de su amigo el general, junto con otros destacados miembros de
la élite porfirista, mientras que la joven Carmelita Romero Rubio de Díaz y
lady Pearson solían divertirse juntas.
En Europa, Pearson era considerado el empresario más influyente:
además de exitoso contratista en Gran Bretaña, estaba involucrado también
en la política, con cargos públicos como miembro de la Cámara de los
Comunes (1895) y luego en la Cámara de los Lores (en 1910). Aun sin
pertenecer a estirpe real alguna, por sus habilidades en los negocios obtendría
los títulos de barón y lord.
Cuando arrancó sus proyectos petroleros en México, esa industria era en
el país un negocio en ciernes. En 1901 el ingeniero mexicano Ezequiel
Ordóñez había identificado en San Luis Potosí un yacimiento, El Ébano; al
primer pozo productivo le llamaron La Pez. Ese mismo año el presidente
Díaz expedía la ley del petróleo, que daba todo tipo de facilidades a los
empresarios que quisieran llegar a México a buscar oro negro.
Tal como Pearson había prospectado, las cuencas del lado mexicano,
como las del estadounidense, eran manantial petrolero.
Entre 1909 y 1910, en
las norteñas tierras de Veracruz hacia Tamaulipas, en una extensión
longitudinal de unos 85 kilómetros y entre 500 y 2 500 metros de ancho, en
un área que geológicamente se enmarca en la plataforma Tuxpan Cretácico,
se descubrieron yacimientos cerca de la laguna de Tamiahua y la cuenca
Tampico-Misantla, y le llamaron la Faja de Oro.
El hallazgo de la Faja de Oro contagió a México de la fiebre del oro negro
que se vivía en Texas: de la nada aparecían compañías junto con oleadas de
inmigrantes en busca de buena fortuna. La zona se dividió en campos
concesionados a diferentes empresas que explotaban pozos altamente
productivos, entre los que destacaban Chapopote, Álamo Jardín, Paso Real,
San Isidro, Amatlán del Norte, Amatlán del Sur, Toteco-Cerro Azul, Tierra
Blanca, Zacanixtle, Chinampa del Sur, Naranjos, Cerro Viejo, Potrero del
Llano, Chiconcillo-San Miguel, Tierra Amarilla, Casiano, San Jerónimo,
Rancho Abajo, San Sebastián, Dos Bocas y Tepetate.
Alrededor de este yacimiento se instalaron empresas como Penn Mex
Fuel Company, Mexican Gulf Oil Company, Huasteca International
Petroleum Company, Tuxpan Petroleum Company, Petromex y Compañía
Transcontinental de Petróleo, pero El Águila, de Pearson, era la más
integrada. Además de tener el mayor número de pozos perforados y en
producción en la Faja de Oro, operaba una refinería en Minatitlán, Veracruz,
conectada con tubería hasta un centro de almacenamiento, y contaba con su
propia ala de transporte, una flota de buquetanques con los que importaba a México y exportaba refinados para los mercados europeos; entre sus clientes
cautivos estaba, por ejemplo, la Marina Real británica a partir de que la flota,
bajo el mando de Winston Churchill, comenzó a dejar el carbón para utilizar
combustibles derivados del petróleo, a la vez que el área de exploración,
explotación y producción petrolera de El Águila en México se fue
extendiendo por diversas entidades, favorecida con numerosas concesiones
otorgadas por el gobierno y un holding de empresas subsidiarias.
La Faja de Oro resultó una pródiga extensión petrolífera que se extendía
desde San Diego del Mar, a orillas de la laguna de Tamiahua, hasta San
Isidro, al sur del Tamesí. En esos años se decía que era el yacimiento más
grande del mundo, o al menos uno de los más vastos; sin embargo, los negros
jugos de esas tierras no significaron ganancias para los nativos mexicanos
sino sólo la bonanza de las petroleras extranjeras. Con el tiempo se conocería
que la sobreexplotación de la Faja de Oro, sin regulación alguna, llevó al
yacimiento a su ruina.