INTRODUCCIÓN
Emociones expresadas, emociones superadas ha supuesto para mí la culminación de un sueño. Han sido muchas las personas, durante mi ejercicio profesional, que me pedían que escribiera un manual práctico para aprender a gestionar el mundo emocional. Me parecía una idea interesante, pues vivimos en una sociedad donde ser uno mismo, entenderse y valorarse, para poder relacionarse saludablemente con los demás, se ha convertido casi en una utopía. Quería romper con eso, aportar mi grano de arena, siempre desde la humildad, para que se empiece a cambiar nuestra forma de afrontar la vida.
Así que cuando Oniro llamó a mi puerta, ofreciéndome la oportunidad de hacer esta guía, supe que había llegado el momento de ponerse a escribir. Siempre quise ser psicóloga, era algo que sentía muy dentro de mí. Ayudar a otros a encontrarse mejor me parecía el acto de amor más grande que podía ofrecer al mundo. Así que, pese a todas las piedras que encontré en mi camino, nunca abandoné la idea de acabar ejerciendo mi profesión. Claro que llegar hasta el día de hoy no ha sido fácil. El primer obstáculo lo encontré en el mismo momento que decidí estudiar psicología. Fui la única alumna de todo mi instituto que escogió esta carrera, mis profesores me decían que debía elegir algo más relacionado con el mundo de las letras y mi padre consideraba que era una profesión poco valorada y sin ninguna salida. Un panorama desolador, ¿no?, pero no me importaba, lo tenía claro.
No se me olvidará nunca mi primer día de clase, llegué muy nerviosa, pero ilusionada por esta nueva etapa que comenzaba, y me dispuse a asistir a mi primera asignatura: Psicobiología. Lo primero que lanzó la doctora que la impartía fue: «Vamos a evaluar el nivel que tenéis. Sacad papel y bolígrafo que os voy a hacer un examen». Me quise morir. Yo que venía de un bachillerato de letras me tenía que enfrentar a un examen de ciencias el primer día. Mi nota fue 0,3. Parecía que el destino me estaba dando una nueva bofetada para hacerme desistir de mi sueño. Estudié tanto esos cuatro años que, paradojas de la vida, la última nota que obtuve antes de licenciarme fue una matrícula de honor. Gracias a que no me rendí ante mis miedos puedo decir que conseguí vencer la batalla a las primeras limitaciones con las que me encontré. Salir al mundo profesional recién licenciado es como querer nadar donde no hay agua.
De repente te encuentras con unos conocimientos que deseas aplicar cuanto antes, y con un mercado que te valora poco por no tener experiencia. Es como la pescadilla que se muerde la cola. Así que las ilusiones por encontrar un puesto de trabajo sólo se concretaron en el voluntariado que hice en un centro de rehabilitación socio-laboral para enfermos mentales severos. Era todo un hándicap, por lo que empecé a aceptar trabajos de todo tipo con tal de tener un sueldo a fin de mes. Durante nueve años hice de todo, desde camas en un hotel hasta ventas, atención al cliente, contabilidad, etc., pero seguía queriendo ejercer mi profesión. Justo en mi peor momento personal, por problemas laborales y familiares que acabaron desbordándome, creé un perfil en la red social Facebook al que denominé Psicóloga Emocional.
Estaba tan hundida que no tenía nada que perder y quería demostrarme a mí misma que seguía siendo psicóloga. Os vais a reír, pero tenía tanto miedo de que alguien me juzgase mal que al principio no decía mi nombre ni ponía mi fotografía. A todos mis pacientes les digo lo mismo, Psicóloga Emocional me ha ayudado más que a nadie, porque en este proyecto me descubrí como persona. Pensando en aquellos que pasaban por una situación emocional similar a la mía, decidí mostrar una cara de la psicología mucho más amable y cercana para intentar llegar al corazón de las personas. Así que a través de frases positivas, canciones optimistas, debates abiertos, pinturas, etc., conseguí crear una especie de consulta virtual donde todos participaban y se ayudaban los unos a los otros.
Me di cuenta de la gran necesidad que tiene la gente de expresar sus sentimientos, e Internet resultaba un medio que, lejos de parecer frío, facilitaba este contacto desde la salvaguarda del anonimato si así se quería. La demanda fue tan grande que me animé a probar intervenciones terapéuticas a través de tres medios virtuales: correo electrónico, chat y videoconferencia. Al ver tal aceptación presenté mi proyecto al Premio Psicofundación Jóvenes Psicólogos Emprendedores 2011, que se convocaba por primera vez. Aunque no gané el premio, sí recibí una mención honorífica que destacaba el valor de Psicóloga Emocional, así que para mí ésa fue una gran satisfacción. La evolución de la consulta fue bastante lenta al principio, había que perder el miedo a esta nueva manera de aplicar la psicología y se necesitaba tiempo para coger confianza.
Llegó un momento en que empecé a sentirme agobiada, ya que tenía una ilusión muy grande porque Psicóloga Emocional funcionase, pero la presión económica de casa me preocupaba bastante. Así que se me planteó un dilema, seguir adelante o volver a buscar empleo de cualquier otra cosa. Esa noche recibí, a través del formulario de contacto de mi página web , la carta de una señora que me daba las gracias por haberle salvado la vida. Aquello llamó mucho mi atención. En ella explicaba que había preparado un bote de pastillas para suicidarse porque su exmarido no le dejaba ver a sus hijos. No recordaba bien por qué razón entró en Psicóloga Emocional y leyó un cartelito que le hizo desistir de su empeño por quitarse la vida. Aquellas palabras me llegaron tan hondo que todas las dudas sobre si seguir o no se disiparon al momento.
Con Emociones expresadas, emociones superadas pretendo enseñaros toda una serie de técnicas que os ayuden a gestionaros emocionalmente de una forma sana, consiguiendo así superar barreras y alcanzar el equilibrio deseado. La psicología cognitivo-conductual, en la que yo me enmarco, parte de la siguiente premisa: las personas pensamos, nos emocionamos y actuamos, por ese orden. Tres eslabones de la misma cadena. Si pensamos en positivo, sentiremos en positivo y actuaremos en positivo; lo mismo sucederá en el caso contrario. Teniendo en cuenta esto, trabajar cualquiera de los tres eslabones nos facilitará el cambio en los otros dos, así que empezaremos por entender lo que implica y cómo funciona cada uno de ellos. En toda evolución personal, la educación es un elemento básico. Se nos ha educado desde un sistema curricular y competitivo donde lo que importaba eran los conocimientos adquiridos, reprimiendo la parte emocional, ya que socialmente no estaba bien visto mostrar los sentimientos en público.
Aquellos que no eran «aptos» dentro del sistema padecían una serie de malestares y frustraciones, con el agravamiento de que no tenían las habilidades y las competencias emocionales necesarias para gestionarlos. Por ello entendí que para prevenir ese malestar había que empezar por enseñar a las personas a conocerse a sí mismas desde la parte que nos fue negada, la emocional. La única manera de trabajar las emociones es desde el momento presente, aunque somos muy dados a añorar o padecer un pasado que no podemos cambiar, o a angustiarnos por un futuro que nos es incierto. Veremos cómo al centrarnos en el hoy favoreceremos la descarga de tensión emocional, recuperando así la paz interior. Para ello nos ayudaremos del mindfulness (atención y conciencia plena), a fin de evitar crearnos expectativas que, al no verse satisfechas, favorezcan la aparición de frustraciones. La actitud determina el estado de ánimo, es algo que debemos tener muy en cuenta.
Dependiendo de cómo afronte las situaciones que la vida me plantea, mi pensamiento, mi emoción y mi acción se verán condicionados de una u otra forma. Toda actitud está asociada a una voluntad de cambio, pero la voluntad se queda en nada si no la acompañamos de acción, por lo que veremos cómo debemos aprender a establecer límites a los malestares que sintamos. Quedarnos en lo conocido, en la llamada zona de confort, acabará por aprisionarnos, ya que el ser humano necesita de la adaptación al cambio para poder sobrevivir. Nuestro lema será: «Quiero, puedo y me lo merezco». Trabajaremos el concepto de autoestima a través de la aceptación y el amor incondicional, entendiendo que valorar y quererse a uno mismo nada tiene que ver con el egoísmo. Asumiremos que los demás pueden no estar de acuerdo con nosotros y no por ello tenemos que vivirlo como una ofensa. Encontraremos la base de todo el proceso de gestión emocional en el modo en que nos comunicamos con nosotros mismos y con los demás.
Debemos aprender a escuchar, en vez de oír, a ponernos en el lugar del otro intentando entender qué es lo que piensa y siente, para después ser asertivos exponiendo nuestro parecer sin adoptar una conducta sumisa o falta de control. Expresarnos emocionalmente hará que el cuerpo no acuse todas las tensiones reprimidas y enferme. Tan importante es llenarnos de positividad como sacar lo que yo denomino la «basura emocional». Por tanto, por un lado trabajaremos las bondades de la risa, los abrazos, las lágrimas, el perdón y el positivismo a través de la resiliencia.
Por otro, veremos cómo manejar el ego, el enojo y la desolación, entendiendo que nada es un error, que todo ayuda al crecimiento personal. He querido dedicar la última parte del libro a explicar algunas de las barreras emocionales con las que nos podemos encontrar, y cómo afrontar cada una de ellas. Será cuando hable de temas como la ansiedad, el estrés, el proceso de duelo, la dependencia, las disonancias cognitivas, el perfeccionismo, el miedo al compromiso y las relaciones tóxicas. Alguien me dijo una vez: «Vive sin aparentar, ama sin depender, escucha sin acatar y habla sin ofender». ¿Empezamos el viaje?