MISS YOU: ESTELLE MASKAME ( PDF )
SINOPSIS
Ha pasado un año desde la última vez que Eden habló con Tyler. Sigue furiosa con él por haberse marchado de manera repentina el pasado verano, pero ha hecho todo lo que ha podido para seguir adelante con su vida en la universidad de Chicago. Cuando llegan las vacaciones, regresa a Santa Mónica pero no es la única que ha decidido volver a casa.
CAPÍTULO 1
El agua está fría, sin embargo, eso no impide que me meta en ella, solo hasta cubrirme los tobillos. Llevo las Converse en la mano, los cordones están atados alrededor de mis dedos, y el viento se está levantando, como siempre. Está demasiado oscuro para ver por encima de las olas bajas, pero puedo oír cómo el agua rompe y hace remolinos a mi alrededor, y casi me olvido de que no estoy sola. También se oye el retumbar de los fuegos artificiales, de las risas y de las voces, de los festejos y la alegría. Dejo de pensar, solo por un segundo, que es el Cuatro de Julio. Una chica pasa corriendo por mi lado, dentro del agua, interrumpiendo la corriente tranquila y suave.
Un chico la persigue. Es probable que sea su novio. Me salpica por accidente cuando pasa rozándome, riéndose a carcajadas antes de alcanzar a la chica y atraerla hacia él. Sin darme cuenta hago rechinar los dientes, mientras aprieto los cordones en mi puño con más fuerza. Ambos tienen más o menos mi edad pero no los conozco de nada. Seguramente han venido de fuera, de alguna ciudad cercana, para celebrar el Cuatro de Julio en Santa Mónica. No entiendo por qué. Aquí la fiesta no es nada espectacular.
Los fuegos artificiales son ilegales, lo cual constituye la segunda ley más estúpida de la historia, aparte de que sea ilegal servirte gasolina tú mismo en Oregón. Así que no hay fuegos artificiales, solo los que lanzan en Marina del Rey en la zona sur y en Pacific Palisades en el norte,que se ven desde aquí. Ya son más de las nueve, así que ambos espectáculos acaban de comenzar. A lo lejos, los colores iluminan el cielo, pequeños y desenfocados, pero eso es suficiente para satisfacer a turistas y a lugareños. La pareja ahora se está besando en el agua, en la oscuridad bajo las luces del Pacific Park. Yo aparto la vista.
Comienzo a alejarme del muelle, abriéndome paso poco a poco por el océano Pacífico mientras me aíslo de todo el jaleo del Cuatro de Julio. Hay mucha más gente en el muelle. La playa no está tan a tope, así que dispongo de espacio para respirar.
NEED YOU: ESTELLE MASKAME ( PDF )
Trescientos cincuenta y nueve días. Ése es el tiempo que llevo esperando este momento. Ésa es la cantidad de días que he ido contando. Han pasado trescientos cincuenta y nueve días desde la última vez que lo vi.
Gucci me toca la pierna con la pata cuando me apoyo en la maleta, nerviosa por la emoción, mientras miro fijamente por la ventana de la sala. Son casi las seis de la mañana, y el sol acaba de salir. Hace veinte minutos contemplé como se iba filtrando entre la oscuridad y admiré lo preciosa que estaba la avenida. Vi cómo se reflejaba la luz en los coches aparcados a lo largo de las aceras. Dean debería de estar a punto de llegar. Bajo los ojos hasta la enorme pastor alemán que está a mis pies. Me inclino y la acaricio detrás de las orejas hasta que se da la vuelta y se dirige sin hacer ruido hacia la cocina. Lo único que puedo hacer es volver a mirar por la ventana, dando un repaso mental a la lista de cosas que he metido en la maleta, pero eso sólo sirve para estresarme más y termino por apartarme de ella y abrirla. Revuelvo entre el montón de pantalones cortos, los pares de zapatillas Converse y la colección de pulseras.
—Eden, confía en mí, lo llevas todo. Mis manos dejan de moverse entre la ropa y levanto la vista. Mi madre está en la cocina, en bata, mirándome desde detrás de la encimera con los brazos cruzados. Tiene la misma expresión que lleva poniendo toda la semana. Medio dolida, medio enfadada. Suspiro y meto otra vez todo a presión en la maleta, la vuelvo a cerrar y la enderezo sobre sus ruedas. Me pongo de pie. —Es que estoy nerviosa. En realidad no sé cómo describir lo que siento. Por supuesto que hay nervios, porque no tengo ni idea de lo que esperar. Trescientos cincuenta y nueve días es mucho tiempo, las cosas pueden haber cambiado.
Todo podría ser diferente. Así que también estoy acojonada. Me asusta que las cosas no vayan a ser diferentes. Tengo miedo de que en el momento en que lo vea, vuelva a sentir lo mismo. Ésa es una de las movidas de la distancia: o bien te da tiempo para seguir adelante sin alguien o te hace darte cuenta de lo mucho que lo necesitas. Y ahora mismo, no tengo ni idea de si echo de menos a mi hermanastro o a la persona de la que estaba enamorada. Es difícil ver la diferencia. Es la misma persona.
—No te preocupes
—dice mamá
—. No tienes por qué estar nerviosa.
—Camina hacia el salón, con Gucci dando saltos detrás de ella, y entrecierra los ojos al mirar por la ventana antes de sentarse en el brazo del sillón
—. ¿Cuándo viene Dean?
—Tiene que estar al caer
—digo en voz baja.
—Pues espero que haya un gran atasco y que pierdas el vuelo. Aprieto los dientes y me pongo de lado. A mamá nunca le ha gustado esta idea. No quiere desperdiciar ni un solo día de estar conmigo y, según parece, que me vaya seis semanas es tiempo desperdiciado. Son nuestros últimos meses juntas antes de que me mude a Chicago en otoño. Para ella, esto parece significar que no me verá nunca más. Jamás. Y no es verdad en absoluto. Volveré a casa el próximo verano, después de los exámenes finales.
—¿En serio eres tan pesimista? Por fin mamá sonríe.
—No soy pesimista, sólo celosa y un poco egoísta. En ese mismo instante oigo el sonido del motor de un coche. Sé que se trata de Dean incluso antes de mirar, y el suave ronroneo desaparece en el silencio cuando el vehículo aparca en la entrada de mi casa. Jack, el novio de mamá, ha dejado su camioneta un poco más allá, así que tengo que estirar el cuello para ver mejor. Dean abre la puerta de su coche y se apea, pero sus movimientos son lentos y su cara no transmite ninguna expresión, como si no quisiera estar aquí. Esto no me sorprende en lo más mínimo. Ayer sus respuestas eran cortantes y pasó toda la tarde mirando el móvil, y cuando me fui de su casa no me acompañó al coche como siempre. Igual que mamá, está un poco cabreado conmigo.
LOVE YOU: ESTELLE MASKAME ( PDF )
Si las películas y los libros me han enseñado algo, es que Los Ángeles es la mejor ciudad con la mejor gente y las mejores playas. Así que, como cualquier chica que alguna vez haya pisado la Tierra, yo soñaba con visitar el estado dorado.
Quería correr por la arena de Venice Beach, poner las manos sobre las estrellas de mis celebridades favoritas en el Paseo de la Fama, poder contemplar la hermosa ciudad desde el famoso letrero de Hollywood. Eso y todas las demás visitas obligadas para turistas. Con un auricular puesto, dividiendo mi atención entre la música que canturrea en mi oído y la cinta transportadora que gira delante de mí, me esfuerzo mucho para ponerme delante, en un espacio que esté lo suficientemente vacío para poder arrastrar y sacar mi maleta. Mientras la gente a mi alrededor empuja y conversa en voz alta con sus parejas, chillándole que su equipaje acaba de pasar y la otra persona respondiéndole también a gritos que en realidad no era el suyo, pongo los ojos en blanco y me concentro en una maleta de color caqui que se aproxima.
Puedo discernir que es la mía por las letras que hay pintarrajeadas de cualquier manera en el lateral, así que agarro el asa y la saco lo más rápido posible de la cinta de un tirón.
—¡Por aquí!
—grita una voz familiar hacia mi derecha. La voz increíblemente grave de mi padre queda medio sofocada por la música, pero no importa lo alto que tenga el volumen, probablemente la oiría igual aunque estuviese a un kilómetro y medio de distancia. Es demasiado irritante como para ignorarla. Cuando mamá me dio la noticia de que papá había pedido que pasara el verano con él, las dos tuvimos un ataque de risa ante la locura de esta idea. Mi madre solía recordarme a diario:
«No tienes por qué acercarte a él». ¿Tres años sin saber nada de él y de repente quería que pasase todo un verano con él? Lo único que tendría que haber hecho, tal vez, era empezar a llamarme de vez en cuando, preguntarme cómo me iba, introducirse suave y gradualmente en mi vida, pero no, en lugar de eso, había decidido hacer de tripas corazón y pedir que yo pasara ocho semanas con él. Mamá estaba totalmente en contra. No creía que él se mereciera ocho semanas conmigo.
Dijo que nunca sería suficiente para recuperar todo el tiempo que ya había perdido. Pero papá se puso más insistente, más desesperado por convencerme de que me encantaría el sur de California. No sé por qué decidió ponerse en contacto conmigo de esta manera tan repentina e inesperada. ¿Acaso esperaba arreglar nuestra relación, que rompió el día en que decidió marcharse? Dudaba que eso fuese posible, pero un día cedí y lo llamé para decirle que quería venir. Sin embargo, mi decisión no tenía nada que ver con él. Tenía más que ver con la idea de pasar cálidos días veraniegos y conocer playas espectaculares, y con la posibilidad de enamorarme de un modelo de Abercrombie & Fitch de piel bronceada y abdominales de infarto. Además, yo tenía mis razones por las cuales quería estar a unos mil quinientos kilómetros de Portland.
Así que una vez dicho esto, no me siento particularmente emocionada de ver a la persona que se acerca. Pueden cambiar muchas cosas en el transcurso de tres años. Hace tres años, medía unos siete centímetros menos. Hace tres años, mi padre no tenía el cabello visiblemente entrecano. Hace tres años, esto no habría sido incómodo. Me esfuerzo muchísimo por sonreír, por esbozar una sonrisa para no tener que explicar por qué tengo una mueca fruncida permanente en los labios. Siempre es mucho más fácil simplemente sonreír.
—¡Mirad a mi pequeña!
—dice papá, abriendo mucho los ojos y moviendo la cabeza con incredulidad al ver que ya no tengo la misma apariencia que cuando tenía trece años. Qué impactante es darse cuenta de que, de hecho, las chicas de dieciséis años ya no tienen la misma pinta que cuando estaban en segundo de secundaria.
—Sip
—respondo, mientras me saco el otro auricular de la oreja. Dejo que los cables cuelguen de mis manos, el leve murmullo de la música vibra casi imperceptiblemente por ellos.
—Te he echado mucho de menos, Eden
—me confiesa como si esperara que yo diera saltos de alegría al saber que mi padre, el que nos abandonó, me echa de menos y que tal vez hasta me arroje a sus brazos y lo perdone allí mismo. Pero no funciona así.
No se debe esperar el perdón: hay que ganárselo. Sin embargo, si voy a vivir con él durante ocho semanas, probablemente debería intentar aparcar la hostilidad.
—Yo también te he echado de menos. Papá me sonríe, y al hacerlo se le marcan y profundizan los hoyuelos de las mejillas como si un topillo se enterrara en ellas.
—Deja que te coja el equipaje
—ofrece, asiendo la maleta y poniéndola recta para que descanse sobre las ruedas. Lo sigo hasta que salimos del Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. Mantengo los ojos bien abiertos por si veo a alguna estrella de cine o a algún modelo que por casualidad me roce al pasar, pero no diviso a nadie que reconozca en el camino hacia la salida.