El Vendedor más grande del mundo
Se presenta aquí la leyenda de Hafid, un camellero de hace dos mil años, y su ardiente deseo de mejorar su humilde condición.
Este fenómeno es interpretado por Pathros en el sentido de que es una señal de los dioses, y le obsequia a Hafid diez pergaminos antiguos que contienen la sabiduría necesaria para que el joven realice todas sus ambiciones. Esta historia obsesionante presenta también los escritos completos de los pergaminos originales. Hafid aplicó los principios de éxito de dichos pergaminos, para convertirse en el vendedor más grande del mundo… y lo que esos principios lograron para él, lo lograrán también para usted… porque todos somos «vendedores»… y el éxito que alcanzamos en la vida depende enormemente de cómo nos presentamos a los demás. El capítulo final del libro le dejará una impresión imborrable… en momentos en que el anciano y próspero Hafid, EL VENDEDOR MAS GRANDE DEL MUNDO, hace entrega de los diez pergaminos a una persona muy especial.
Capítulo I
Hafid se demoró frente al espejo de bronce y estudió su imagen reflejada en el metal bruñido. «Sólo los ojos conservan su juventud», murmuró al darse vuelta y caminar lentamente por el espacioso piso de mármol. Pasó entre columnas de ónice negro que sostenían el cielorraso bruñido de plata y de oro, y sus ancianas piernas lo llevaron más allá de las mesas esculpidas en madera de ciprés y marfil. Las incrustaciones de carey brillaban en los sofás y divanes, y las paredes, adornadas con piedras preciosas, relucían con brocados del más esmerado diseño.Enormes palmeras crecían plácidamente en vasijas de bronce sirviendo de marco a una fuente de ninfas de alabastro, mientras que grandes floreros, incrustados de piedras preciosas, competían con su contenido en llamar la atención. Ningún visitante al palacio de Hafid podía dudar de que se tratara en realidad de una persona con grandes riquezas. El anciano pasó por un jardín cercado y entró a su almacén que se extendía más allá de su mansión en una distancia de 500 pasos. Erasmo, su principal tenedor de libros, esperaba inseguro un poco más allá de la entrada.
—Mis saludos, señor —dijo Erasmo. Hafid inclinó levemente la cabeza y continuó en silencio. Erasmo lo siguió sin poder ocultar la preocupación de su rostro ante la extraordinaria solicitud de su amo para celebrar una entrevista en este lugar. Cerca de las plataformas de carga, Hafid se detuvo contemplando las mercancías que eran sacadas de vagones de carga y contadas en puestos separados. Había lana, lino fino, pergaminos, miel, alfombras y aceite del Asia Menor; cristales, higos, nueces, y bálsamo de su propio país; textiles y drogas de Palmira; jengibre; canela y piedras preciosas de Arabia; maíz, papel, granito, alabastro y basalto de Egipto; tapizados de Babilonia; pinturas de Roma; y estatuas de Grecia.